Atardeceres de Canarias
Los atardeceres están ahí desde que abrimos los ojos al mundo y continuará estando cuando nos entreguemos a la eternidad. Marca los ciclos naturales, las estaciones y constituye la referencia temporal de nuestra conciencia efímera. A la caída de la tarde, las sensaciones parecen ralentizarse, al tiempo que las sombras se alargan proyectadas por la luz dorada y cándida del ocaso. El globo solar va menguando en intensidad y nos concede licencia para mirarlo cara a cara, sin agravios. Su refulgente figura aparenta hincharse, deformándose como la yema de un huevo fresco cuando poniente va alcanzando la línea del horizonte. Generoso siempre, Magec no se despide nunca sin su presente de luz y color. Distinto en cada ocasión, reserva sus mejores creaciones para las actuaciones equinocciales del otoño y la primavera, de cielos limpios y aires frescos.
Una fuerza misteriosa parece succionarlo cada atardecer desde debajo de la línea del horizonte hasta ocultarlo. En este último esfuerzo, tiñe el ocaso de naranjas, de malvas y rojos; las desbaratadas nubes se sorprenden henchidas de luz y color, dentro de un cuadro colorista inimitable, irreproducible y evanescente. Un claro ejemplo es este atardecer desde el Mirador de Jardina, San Cristóbal de La Laguna, Tenerife.
Esta ciudad puede presumir, desde que fue declarada Patrimonio de La Humanidad, de ser una ciudad especial y única. En un mirador que encontramos al introducirnos en el Parque Rural de Anaga, se nos revela un paisaje espectacular de está, con la silueta, al fondo, del Teide.
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